Era un día como cualquier otro en el Súper Solidario, un supermercado que busca ofrecer a nuestra comunidad alimentos locales, frescos y a buen precio. Sin embargo, lo que parecía ser una venta rutinaria se convirtió en una lección sobre la vulnerabilidad de las personas ante el sistema alimentario y la solidaridad que puede surgir cuando las circunstancias nos lo exigen.

La noticia de que los huevos estarían a un precio de $4.75 la docena, cuando en otros supermercados rondaban entre los $9 y $11, atrajo a un montón de personas al CAM. Lamentablemente, solo pudimos conseguir 7 cajas de huevos para ese día. Ya habíamos decidido limitar la venta a 2 docenas por persona, pero nunca imaginamos que la fila de personas fuera a extenderse como lo hizo.
Esa mañana yo estaba a cargo de la nueva caja registradora. Estaba emocionada que por fin bajaríamos la fila que se da en la mañana adentro del Súper Solidario. No eran ni las 10:00am, y la fila afuera continuaba. "¿Cómo es que no baja?", pensé. Miré la nevera y el cálculo fue claro: solo quedaban huevos para 39 personas, distribuidos en 2 docenas por persona. Osea que ya habían entrado en 2 horas más de 100 personas al supermercado y no iba a dar. Al ver la larga fila que seguía creciendo afuera, dejé mi puesto en la caja y me dirigí al grupo de personas para dejarles saber.
“Quedan pocas docenas de huevos, solo dan para 39 personas”, les informé. La cara de la gente reflejaba frustración, cansancio, y un poquito de desesperación. Habían esperado en fila por más de 30 minutos, y sabían que en otros lugares los precios eran impagables. Esa noticia fue un golpe duro.
Fue entonces cuando una persona en la fila se acercó y me sugirió algo: "Si limitamos a 1 docena, tal vez podríamos llegar a más personas". Miré a mi alrededor, y sentí la presión. Sin pensarlo demasiado, pedí la opinión de todos los que estaban en la fila.
“Me acaban de proponer limitar los huevos a 1 docena por persona, ¿qué piensan ustedes?” grité con fuerza. La respuesta fue casi unánime, la mayoría gritó que sí, aceptando la propuesta. Solo unas pocas personas, las que estaban más cerca de entrar se mostraron escépticas. Les expliqué que, aunque estaban cerca de entrar, había fila adentro, y no podía garantizar que todos pudieran llevar más de 1 docena. Finalmente, aceptaron el cambio.
Ese gesto, aunque parecía pequeño, tuvo un gran impacto. Todos los que estaban en la fila se llevaron al menos 1 docena de huevos. Los más afortunados, los que llegaron primero, pudieron comprar más, pero lo realmente importante fue que nadie se quedó sin lo necesario. Fue un acto de solidaridad, una muestra de cómo, en tiempos de escasez, el bien común prevalece.
Esa mañana experimenté lo que significaba realmente racionar, algo que no sentía desde los días después del huracán María. Es increíble cómo el sistema alimentario, tan frágil y dependiente de las grandes exportaciones, nos pone a todos en una situación tan vulnerable. No importa si es un desastre natural o una crisis de precios, las consecuencias son las mismas: la gente sufre porque el acceso a los alimentos se ve condicionado por intereses económicos que nada tienen que ver con el bienestar de las comunidades.
Por eso, el trabajo que estamos haciendo con Súper Solidario es tan crucial.
Gracias a los agricultores locales, podemos ofrecer productos de mejor calidad a precios más justos, aunque las cantidades puedan ser limitadas. Es un recordatorio de que el verdadero cambio viene de apoyar lo local, de apostar por una producción local mayor, más sostenible y accesible para todos.
El sistema alimentario industrial es insostenible, y hay que cambiarlo de raíz. Y mientras esa transformación se da, el Súper Solidario, y las y los productores locales, nos ofrecen una pequeña pero firme resistencia, protegiéndonos de los vaivenes de un mercado que casi nunca tiene en cuenta alimentar a la gente.